Travesía visual, poética e introspectiva por los Alpes (reseña)

¿Se puede narrar una ascensión alpina que pueda resultarnos interesante? La respuesta, tras haber leído La alta ruta (Periférica), de Maurice Chappaz, es sí, rotundamente sí. 

El autor suizo, un total desconocido para mí, lo reconozco, ofrece un relato evocador sobre la célebre ruta que conecta los municipios de Chamonix y Zermatt. Este periplo es una de esas travesías que todo esquiador de montaña se ha planteado realizar alguna vez. Es un itinerario de varios días y de refugio a refugio. Aquí de nada sirven las prisas ni el carácter propio de una vida urbanita. Aquí, lo importante es abandonarse a la belleza del paisaje, a la inmensidad del mismo, y al asombro que provocan los glaciares más altos de los Alpes, algo que Chappaz transmite a través de un lenguaje poético y una narración un tanto caótica, fruto de la incertidumbre del viaje, de sus peligros, pero no exenta de armonía y sensibilidad.

En ocasiones, a lo largo del texto, el autor suizo nos contagia el vértigo que debe sentirse en las elevaciones de unas cumbres que guardan misterios y muertes, que provocan el miedo y la perplejidad. Pero en todo ello existe siempre un amor por el detalle, por intentar descifrar las emociones que derivan de la grandeza de una naturaleza que, a pesar de mostrar su fiereza, siempre es un refugio, nuestro hogar. 

Paso a paso, meta a meta, recorremos un trayecto del que difícilmente puede uno desentenderse gracias a esa sutil narración de Chappaz, impregnada de un discurso naturalista o vitalista. Extraemos de estas páginas algunos pensamientos impactantes, que nos sumen en una profunda reflexión sobre el devenir del ser humano en una época que nos ha convertido en seres cada vez más individualistas y a merced de un sistema económico voraz que en nada nos beneficia, trayendo consigo la más cruenta infelicidad. De hecho, Chappaz parece invitarnos a alzar la voz, o mejor dicho, a actuar contra ese absurdo. En sentencias como «el origen de lo inútil es la ciudad» ese pensamiento está muy presente, al igual que cuando dice: «Saben que para el animal el hombre es la muerte».

Además de abogar por una vida más cercana a la naturaleza, el suizo también se atreve a replantearse el papel que el propio ser humano interpreta en el mundo. «Realmente no estamos en ningún lado. Si no es entre fantasmas y fantasmas nosotros mismos», escribe. Son estos pequeños fragmentos los que se instalan en el cerebro y nos sumen en un estado de introspección abisal, hasta el punto de querer rendir pleitesía a cada uno de los elementos que Chappaz describe con delicadeza y emotividad, cada grieta, cada copo de nieve, cada árbol y cada nube.

«La eternidad me requiere», anota Maurice Chappaz, y es que al contemplar esos parajes escarpados de un blanco infinito, uno no puede evitar sentir un éxtasis más propio al de una revelación mística. 

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